La vocación es una cualidad que define al buen médico y está presente en los profesionales sanitarios de referencia.
La vocación es una cualidad que define al buen médico y está presente en los profesionales sanitarios de referencia. La vocación médica puede definirse de varias formas, pero tal vez alcance un amplio consenso la que propone que es una motivación profunda de servicio al enfermo y a la sociedad que está determinada por las vivencias y el entorno. Si bien la mayoría de médicos y estudiantes de medicina invocan la vocación y el atractivo intelectual para su elección, no es menos cierto que el azar o la pertenencia a un determinado grupo social pueden ser decisivos en algunos casos. Los literatos, por su parte, suelen atribuir a sus personajes valores tradicionales de la medicina y de la vocación médica como el altruismo o la empatía, así como algunos estereotipos de la imagen de la profesión.

Introducción
Se asume que la medicina es una profesión vocacional, aunque es posible que no exista unanimidad en lo que engloba ese concepto ni cuál de las acepciones aplica a la elección de la profesión por cada médico. De forma similar, puede haber dificultades para identificar los elementos que constituyen la vocación, así como los factores determinantes de los mismos. Esto es particularmente importante porque el ejercicio de la profesión médica se ha visto modificado por la evolución social, científica y tecnológica, lo que sin duda ha contribuido a la dificultad de hablar de un único perfil de médico; antes bien, la especialización de la atención sanitaria permite la cabida de diferentes perfiles profesionales.

Por otra parte, no es menos cierto que la medicina y los médicos forman parte de los relatos de obras literarias de prácticamente todos los géneros (teatro: El médico a palos o el enfermo imaginario, de Moliere; novelas: La casa de Dios, de Samuel Shem; poesía: El Lítio, de José Agustín Goytisolo.; biografías o autobiografías: El árbol de la ciencia, de Pío Baroja; ensayo: introducción a la filosofía de la medicina, de Wulff, Pedersen y Rosenberg; historias y vivencias de la medicina: Ante todo no hagas daño, de Henry Marsh; Si puede no vaya al médico, de Antonio Sitges-Serra). En ellas, los autores otorgan a los médicos papeles tan variados como consejero, sanador, confidente, formador, político, gestor... No debe extrañar por tanto que se encuentren alusiones a la vocación o a las razones por las que los médicos decidieron elegir su profesión, como tampoco es excepcional que algunos autores aludan a la imagen del médico o conjeturen sobre rasgos vocacionales de los mismos o sobre la razón última de la medicina o de la dedicación a su ejercicio.

En este artículo se incide en algunos aspectos del concepto de vocación médica y se aportan algunas opiniones o razones para la elección de la profesión invocadas por médicos o atribuidas por literatos a algunos de sus personajes.

¿Por qué ser médico hoy?
Diversos estudios han puesto de manifiesto que las razones altruistas (68% de los casos) e intelectuales (en el 25%) son las que mayoritariamente inducen a los estudiantes a elegir la carrera de medicina, frente a un 4% que reconoce razones personales y otro 4% razones instrumentales1. Datos similares han sido aportados por otros autores que inciden en los aspectos altruistas y humanitarios de la elección2,3. Tal vez esta es la razón por la que algún autor ha aseverado que las razones actuales para ser médicos pasan por ser «las mismas razones de siempre: para cumplir con la profunda vocación de saber para ayudar al semejante que sufre, para obedecer al impulso de escrutar la naturaleza y así cumplir con el insoslayable mandato humano de conocer, para transmitir a las nuevas generaciones eso que logramos saber y dar testimonio, con nuestra conducta, de aquello que cuando nos iniciamos quisimos –y a veces logramos– ser»4. Y esto es así, continúa Etcheverry, porque «El mundo no comienza con cada generación, es un fluir continuo y si no advertimos que provenimos de un pasado, difícilmente podemos crear un futuro significativo». Puede, por tanto, que no sea necesario añadir nada nuevo a lo que ha sido el médico y la práctica de la medicina a lo largo de la historia.

No disiente de este planteamiento el epidemiólogo y médico de familia Juan Gérvas5 cuando reconoce como razones para ser médico las siguientes: A) Razones personales: «No se ejerce la medicina sin implicarse, sin afectarse, sin poner parte personal en cada encuentro con el paciente o con la familia»; b) Razones sociales, es decir, por la consideración social del médico; c) Razones científicas: porque la medicina es una combinación de ciencia y arte; ser médico supone dominar una parte poderosa de la ciencia y de la técnica, de enorme impacto en el paciente; y d) por Razones prácticas dado que el Grado en Medicina aporta mucha versatilidad a la vida y hay muchas formas de ejercer la medicina, sin olvidar que «Nada humano es ajeno a la medicina». Y estos razonamientos, incide Gérvas, son sostenibles aún cuando no falte quien plantee si aún es necesario estudiar medicina dado que todo está en internet. A quienes así piensan les dice nuestro autor que: a) Creer en las tecnologías como solución al sufrimiento y al temor a la muerte es insensato. Las tecnologías solo ayudan; b) Las tecnologías no pueden ofrecer ni la compasión, ni la empatía, ni la piedad que puede dar a manos llenas un médico científico y humano; c) No hay enfermedades sino enfermos: Las enfermedades son estados cambiantes que cada paciente vive de forma personal; y d) La práctica de la medicina consiste en entender a los enfermos. Y los enfermos no somos máquinas.

Por eso, «Estudiar medicina es y será un reto, lleno de esfuerzos, de satisfacciones, de un futuro variado y variable» en el que «Entender la enfermedad y sus orígenes, conocer sus posibles remedios, mejorar las condiciones de salud y aliviar el dolor de un enfermo son las principales razones de eso que llaman “vocación médica”. La satisfacción personal que se consigue al lograr estos objetivos es, a no dudarlo, una de las más importantes razones para elegir ser médico, hoy y siempre».

Sobre el concepto de vocación
Todos tenemos una idea aproximada de qué significa vocación, aunque su significación última admite controversia y, para algunos autores es un término sobredimensionado y con un significado sobreactuado. Etimológicamente deriva del latín vocatio que significa acción de llamar; y como tal llamada es entendida la vocación por muchos autores. El diccionario de la RAE, en la primera acepción de la palabra, entiende por vocación la «Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente el de religión o sacerdocio, pero también la define como inclinación hacia cualquier estado, profesión o carrera». No siendo infrecuente la concepción de la medicina como «un sacerdocio».

El Profesor Gregorio Marañón en su libro Vocación y ética y otros ensayos, un texto de 1935, editado en 1946, dice que vocación es «la voz que nos llama hacia la profesión y ejercicio de una determinada actividad»; y distingue entre diferentes tipos de vocación: a) la vocación que él estima por antonomasia, la religiosa, definida como una «expresión pura de amor hacia un objeto específico y altísimo», que arrastra a servirla por encima de todo lo demás y para lo cual no es necesaria aptitud alguna; b) otras vocaciones como la artística, la científica o la pedagógica, que exigen el mismo amor desinteresado y exclusivo y que, además, requieren una estricta aptitud; c) las vocaciones por las profesiones liberales y los oficios, a los que llama vocaciones habituales, que servirán al individuo al poseerla; y d) la vocación médica, «necesaria para ser un buen médico», que es exigida por los dos aspectos de la medicina que requieren «atracción intransferible hacia su objeto, espíritu de sacrificio y aptitudes específicas (su práctica desinteresada, tantas veces comparada con el sacerdocio) y su estrecha alianza con la investigación científica» dada la «ineludible necesidad de investigar que el médico tiene, y que es, en el abogado o en el militar, contingencia muy accidental». Por último, indica que vocación significa «servir» al objeto de la vocación, lo que en el caso de la medicina deberíamos entenderlo como voluntad inequívoca de servir al enfermo y a la sociedad.

Brotons Gimeno también se refiere a la vocación diciendo que es una llamada, en el sentido que utiliza Marañón para la llamada religiosa, aunque apostilla que es «una inclinación fanática de salvar vidas, de borrar el dolor y de ayudar al necesitado». Y asegura que «La Medicina ofrece tener sueño y no dormir, estar cansado y estudiar, estar fatigado y escuchar a nuestros enfermos, estar sano y ser azotado por las enfermedades de nuestros prójimos. Medicina es irradiarse, contagiarse, quemarse y enloquecerse cada día» y que «El que ame la vida muelle, la vida cómoda y fácil, el que quiera ser hombre-horario, el que quiera recibir prebendas, la Medicina es un mal campo: La medicina jamás le entregará su mensaje, y el médico será como un extraño o un contrabandista».

Graue por su parte, considera que «Las oscuras razones de la vocación médica son muy intrincadas y van desde las percepciones particulares o la tradición familiar, hasta las legítimas aspiraciones sociales y económicas del interesado; el deseo de servicio o el interés por la biología humana o la determinación, por exclusión, de otras posibilidades p.e. la falta de vocación para las ciencias sociales o el rechazo intelectual por las matemáticas». Y que la vocación es una incógnita que las aptitudes condicionan pero no definen.

De forma similar, en el mundo del arte se detectan las diatribas de definir vocación. A modo de ejemplo, el literato Haruki Murakami (2017), se refiere a la vocación de escribir en los siguientes términos: «No sé cómo explicarlo de forma precisa, pero para lograrlo hace falta algo especial. Obviamente se requiere talento, brío y la fortuna de tu lado, como en muchas otras facetas de la vida, pero por encima de todo se necesita determinada predisposición. Esta predisposición se tiene o no se tiene. Hay quienes nacen con ella y otros la adquieren a base de esfuerzo». «Respecto a la predisposición, todavía no se sabe gran cosa de por qué existe, y tampoco se habla mucho de ello al no tratarse de algo que se pueda visualizar o verbalizar».

Dejamos para el final la opinión del doctor Valentín Fuster (2016) que considera que la vocación puede ser entendida como una «motivación profunda que sólo es posible de manera individual».


Razones aludidas por algunos médicos

Dadas las características de los estudios de medicina y las características sociológicas de nuestro país, durante mucho tiempo únicamente pudieron acceder a los mismos los habitantes de ciudades con facultades de medicina y los hijos de familiar que podían permitirse sufragar los estudios en centros universitarios alejados de los pueblos y las ciudades de residencia. Por eso, hasta que empiezan a cambiar las condiciones sociales y el ascensor social se hace evidente en los años 60, la mayoría de los estudiantes de medicina eran hijos de médicos, lo que ha llevado a algún autor a plantearse si habría alguna cuestión genética12, lo que él mismo descarta. Pero esta circunstancia puede justificar que en este apartado acudamos a ejemplos de influencia familiar en la decisión de estudiar medicina, a la vez que nos sirve de excusa para basarnos en opiniones vertidas por médicos o sus descendientes en los que se han dado estas circunstancias y que nos han dejado sus testimonios.

A modo de ejemplo, el profesor Miquel Vilardell pondera la influencia que tuvo la imagen social de su padre (médico de pueblo), del que dice que tenía el reconocimiento de sus enfermos («La gente lo quería y reconocía su trabajo»), solucionaba problemas («era empático, dedicaba muchas horas a su profesión, y tenía habilidades y competencias determinadas para solucionar los problemas de la gente»), tenía buena relación con el entorno («Comunicaba con facilidad» «Capacidad para expresarse con corrección y explicar las cosas con sencillez»), estaba satisfecho con su trabajo («Yo lo veía feliz»). Por todo ello, su padre se convierte en referente («Desde pequeño yo quería ser como mi padre, quería ser médico de pueblo, y esta era mi auténtica vocación»). En consecuencia, entiende que la vocación la determinan las vivencias y el entorno.

De forma similar, Alejandra Vallejo Nájera reconoce la influencia de su padre a edad muy temprana: «A los seis años descubrí la esencia y significado de la profesión de mi padre. Hasta entonces, yo ignoraba en qué consistía ser psiquiatra, sólo sabía que mi papá era un médico diferente. No ponía inyecciones ni miraba la garganta.(...) «La bata blanca le confería un aire pulcro y bienoliente. Me explicó que él ayudaba a los demás a estar contentos, a tener amigos, a ver que el cielo es azul y no verde como algunos creían». Yo les hago preguntas y ellos me cuentan sus ideas. Cuando éstas son tristes o raras, entonces se las curo». «Aquella sublime revelación dio un vuelco a mi profesión futura; abandoné mi anhelo de ser azafata o mamá y decidí ser médico de ideas extravagantes, igual que mi padre».

También lo reconoce el doctor Jovell cuando dice que «Como hijo de un médico de cabecera que trabajaba en un barrio obrero de Sabadell crecí predestinado a ser médico de enfermos y no de enfermedades». Y esta especie de determinismo también parece estar presente en el doctor Oliver Sack que reconoce la influencia de sus padres (ambos médicos) en la vocación de varios de sus hijos incluido él. Dice así: «Para sus pacientes, a menudo era amigo además de médico. El intenso interés que prestaba a la totalidad de la vida de sus pacientes le convertía, al igual que ocurría con mi madre, en un maravilloso narrador. Sus historias médicos nos cautivaban de niños, y fueron en parte responsables de que Marcus, David y yo siguiéramos la vocación de nuestros padres». Y así quedó «reconocido» en su caso cuando cumplió los 14 años. Claro que en el caso de Oliver Sachs hubo factores añadidos dado que su primera intención fue dedicarse al trabajo de laboratorio en vez de a la clínica, pero, dadas sus escasas habilidades, sus jefes le dijeron: «Sacks, es usted una amenaza para el laboratorio. Por qué no se dedica a visitar pacientes..., cometerá menos desastres». Ese fue, reconoce Sacks, «el innoble comienzo de mi carrera clínica».

Pero no es el único que desde la medicina manifestó más inclinación por la tarea científica que por la asistencial. Así, en su biografía sobre Yersin, Deville indica que Yersin mantuvo todo el tiempo una curiosidad amplia y dispersa en la que la medicina sólo ocupaba una parte. «Le interesan las máquinas, las minas, la metalurgia, el embotellado de aguas minerales, la ingeniería civil y las obras públicas». Así es como él concibe el estudio. «Sólo hace falta observar y Yersin observa mucho. Más tarde, él se ocupará de las máquinas, como lo hacía con las cometas, para desmontarlas, volverlas a montar, mejorarlas. Eso es siempre más eficaz que leer las instrucciones de uso». Pero sobre todo era un naturalista y un aventurero por lo que aceptaba sólo a regañadientes los encargos del Instituto Pasteur de atender tal o cual emergencia sanitaria en alguna parte del mundo donde Francia tuviera intereses.

También se puede llegar a la medicina como estación final del proceso de buscar un sentido a la existencia. Cuenta Paul Kalanithi que llegó a la medicina buscando la relación entre la biología, literatura y moral, intentando comprender el «hombre fisiológico espiritual» del que hablaba Walt Whitman y que según este mismo autor sólo el médico puede comprender plenamente. Así pues se decidió por la medicina porque «Practicando la medicina podría continuar buscando una filosofía biológica seria. La especulación moral era muy endeble comparada con la acción moral» (...) «La Facultad de Medicina me ayudó a comprender mejor la relación entre el sentido, la vida y la muerte» porque los pacientes concretos no son simples abstracciones filosóficas. No obstante, Kalanithi, coincide de alguna manera con Marañón cuando asemeja su tarea de médico a la de pastor: «De haber sido más religioso en mi juventud, quizá me habría convertido en pastor, porque era un papel pastoral el que yo había deseado asumir». Y también se puede entender que, pese a reiterar que no se había planteado la elección de la medicina, reconoce la influencia paterna: «Su facilidad para establecer un contacto humano y la confianza que infundía en los pacientes eran un ejemplo para mí».

Pero no todo el que acaba en medicina lo hace por emulación de familiares ni por vocación. De esta forma, se ha invocado que tal vez la afluencia a la medicina que se ha producido en los últimos años no responda exclusivamente a factores vocacionales sino que otros como el empleo pueden haber tenido un peso decisivo. Tal vez por esto, en un momento determinado, la Conferencia de Decanos planteó la necesidad de instaurar pruebas que evaluasen la vocación y algunas habilidades de los candidatos a ingresar en los estudios de medicina. Pero no es menos cierto que esto no es nuevo.

A modo de ejemplo, el que fuera catedrático de Histología de la Universidad de Granada, Profesor José Manuel Ortiz Picón, en su biografía ofrece un ejemplo de cómo una persona sin vocación por la medicina llega a apasionarse por la investigación histológica y alcanzar el máximo grado académico: «Procediendo de una familia burguesa y “de letras”, no acierto a comprender qué me impulsó hacia la Medicina, sin vocación de médico. El caso es que pronto me orienté hacia la parte menos pragmática de la Medicina; y si me abrí camino en ella, quizá fue por encontrarme en el ámbito científico por mí escogido –la Histología– con menos competidores que los que hubiese hallado en cualquier especialidad clínica».

Más recientemente, el neurocirujano Henry Marsh explica que «Me había convertido en médico no porque tuviera una gran vocación, sino a causa de una crisis vital». No había nadie en la familia que ejerciera la medicina y que el único antecedente había sido un bisabuelo materno que ejerció en un remoto pueblo de la Prusia rural. Tras un desengaño amoroso, Marsh se fue a un pueblo minero a trabajar como camillero de hospital. «Tras haberme pasado medio año viendo operar a cirujanos, decidí que quería dedicarme a eso. La violencia controlada y altruista de la cirugía me resultaba profundamente atractiva. Era un empleo seguro, que parecía entrañar cierto grado de emoción y una combinación de habilidades manuales y capacidades mentales, así como poder y estatus social. Aun así, no fue hasta ocho años más tarde, cuando vi aquella cirugía de aneurisma durante mi residencia, cuando descubrí mi verdadera vocación».

Y los hay que llegan sin una idea clara, como es el caso de Claude Bernard, el creador del método experimental en medicina descrito en su libro Introducción al Estudio de la Medicina Experimental. Según cuenta el Profesor Pedro Garcia Barreno20 en la introducción a la edición de la obra de Claude Bernard antes citada, sus primeros educadores consideraron que debía estudiar para eclesiástico por lo bien que aprendía latín; sus padres estimaban que debía dedicarse al comercio para lo que lo consideraban dotado; el propio Claude Bernard soñó con ser dramaturgo y a ello le dedicó sus mejores empeños y con tal fin se trasladó a París donde, para subsistir y mientras consigue una obra meritoria, trabaja como ayudante de boticario. Un día presenta una obra de teatro a un crítico literario que, a la vista de la calidad del trabajo, le recomienda que, ya que ha trabajado en una farmacia, estudie medicina. Claude Bernard fue un estudiante mediocre y terminó los estudios sin pena ni gloria. Afortunadamente para la medicina le tocó hacer prácticas con François Magendie de quien aprendió los fundamentos de la investigación a la que se consagró.

También es anecdótica la decisión del médico checheno Khassan Baiev de estudiar medicina. En uno de sus viajes con fines deportivos, vio desde el autobús un edificio con un símbolo de un cáliz con una serpiente blanca enrollada en él. Esto le llamó mucho la atención y se preguntó: «¿Por qué no podía convertirme en médico?»21. Años más tarde descubrió que el significado de ese símbolo era la muda de la serpiente representando renovación y cura. Este hecho azaroso es común a muchas profesiones como ha recordado Jordi Ibáñez Fanés. En un pasaje de su obra El reverso de la historia, Ibáñez Fanés se refiere a la vocación por la profesión universitaria, por el ejercicio de la actividad académica y, para ello, alude al libro El Político y el científico en el que Max Weber confiesa «que le debe al azar el haber podido iniciar su carrera académica». Ibáñez se manifiesta partidario de que «el azar, el apellido o la procedencia familiar, la pertenencia a un determinado mundo social, todo eso cuenta como punto de partida». 

Razones encontradas en la literatura no médica

Si bien en los ejemplos que hemos comentado en el apartado anterior ha tenido un peso importante la influencia familiar, el azar y cierta inclinación a la ciencia, los literatos suelen atribuir a sus personajes valores tradicionales de la medicina y de la vocación médica como el altruismo, la empatía y algunos estereotipos de la imagen y el papel de la profesión.
Henning Mankell, en su novela Botas de lluvia suecas pone en boca de su protagonista Fredrik Welin, las siguientes expresiones: «Hoy quizá esté arrepentido de haberme hecho médico, algo que decidí cuando tenía quince años. Ahora me resulta más fácil comprender a mi padres, el camarero constantemente hastiado, que en cierta ocasión me observó disgustado y me preguntó si de veras pensaba que tenía sentido pasarme la vida metiendo cuchillos en los cuerpos de otras personas» (...) En honor a la verdad, me hice médico porque así se lo había dicho a mi padre. Si él hubiera muerto antes de que yo terminara mis estudios de medicina, los habría interrumpido inmediatamente». Mankell resalta aquí dos aspectos; el primero, la decisión precoz de querer ser médico, y el segundo, la imagen que el profano puede tener o haber tenido de la cirugía en algún momento de la historia.

Por otra parte, el doctor Frankenstein, el personaje creado por Mary Shelley, puede ser una expresión del médico dado a la indagación científica ya que ha sido dibujado reconociendo la influencia del Prof. Waldman en la elección de una rama concreta de la filosofía natural, la que profesaba el tal profesor. Y es a partir de ahí como se oriente hacia el estudio «de la estructura del cuerpo humano y, en realidad, de cualquier animal dotado de vida» , y a la fisiología.

Por su parte, el Dr. Escobedo que presenta Gabi Martínez en su novela Las defensas decide estudiar medicina porque el cerebro siempre le ha fascinado y quiere investigar en enfermedades neuronales autoinmunes a raíz del diagnóstico de una espondilitis anquilosante a una hermana, lo que «fue una revelación para mi carrera, porque adentrarme en el nuevo campo me reveló la perversa belleza de la autoinmunidad (“un organismo agrediéndose a sí mismo”) y sus consecuencias en la neurología, en ese cerebro que desde siempre me había atraído». La orientación del personaje a la investigación científica queda patente en los siguientes términos: «Ni dioses ni artistas podían competir con la creatividad objetiva de las moléculas, que actuaban como una verdad incontestable ante los vaivenes cotidianos».

También Silvia Abascal nos deja algunas reflexiones sobre la empatía a la luz de la calidez de trato recibida durante su enfermedad: «La empatía es la capacidad cognitiva de percibir y penetrar profundamente en los sentimientos del otro. Es una destreza que forma parte de la inteligencia emocional, una habilidad de la comunicación interpersonal. Aquel que es reconocido como empático tiene la particular habilidad de estar consciente, de reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás. (...) Es como un don personal de una conciencia social. Aquel que lo posee no necesita mentalizarse para desarrollarlo. La habilidad de leer en los sentimientos de los demás está. Fluye».

Pero no faltan quienes nos aportan datos ilustrativos del proceso de aprendizaje en clínica tomados de experiencias personales: «Esta tarde me he despertado con dolor de oído y he ido a urgencias. Después de que me examinaran, el titular le ha preguntado al de prácticas qué tratamiento me daría: Antibiótico y antiinflamatorio. De forma refleja yo he saltado diciendo que no. Yo he hecho tintinear mi medalla de las alergias ante el panoli de prácticas. Entonces cuando el titular ha acabado de exponer todo lo que pensaba, le ha dado dos lecciones. PRIMERA: deja que el paciente termine de hablar, te puede enseñar muchas cosas, y, en este caso, ya te estaba diciendo con la medalla que es alérgico. Este tipo de pacientes suelen venir con la lección aprendida, y pueden darte muchos más datos de los que tú puedas percibir. SEGUNDA: Antes de recetar, mírate la historia clínica, por favor».

Y tampoco faltan quienes muestran la admiración por la elección de la profesión, en este caso de oncología infantil, como comenta Sergio del Molino: «No sé si escogieron esa especialidad o si la especialidad las escogió a ellas, pero no entiendo cómo una licenciada en medicina, que puede trabajar en otros ámbitos, acaba ejerciendo de oncóloga pediatra. Es peor que ser un oncólogo a secas. Enfrentarse a la mirada de un niño con cáncer es mucho más valiente que afrontar la de un adulto. Para este cabe la metáfora del castigo moral». Pero también transmite la inquietud de los familiares que intentan detectar «cualquiera palabra, cualquier inflexión en la voz, cualquier gesto, nos sirve para aguantar un día más. Pueden darnos la alegría o quitárnosla con una simple mueca». Algo que los médicos deben gestionar adecuadamente porque «El médico no puede erigirse en juez del enfermo ni condenarlo, sino que debe intentar comprenderlo y prestarle ayuda».


Por Claudio Hidalgo Cantabrana;  María González García;  Sara  González Rodríguez y Agustín Hidalgo