Hace 100 años, el 17 de julio de 1925, moría Juan Bautista Castagnino.

No fue una muerte más. Castagnino murió haciendo lo que más amaba: coleccionar arte.
 
Fue durante un viaje a Buenos Aires, mientras revisaba unas alfombras orientales tratadas con un producto antipolillas a base de guano de murciélago, que un pequeño corte en el cuello se infectó. En una época sin antibióticos, ese accidente insignificante desencadenó una septicemia que terminó con su vida a los 41 años.
 
Comerciante de espíritu moderno y coleccionista apasionado, Juan Bautista recorrió el mundo a comienzos del siglo XX adquiriendo obras no sólo para sí, sino también para una burguesía rosarina decidida a construir una de las ciudades más pujante de la Argentina.
 
Entre sus adquisiciones más destacadas se encuentran Bandidos asesinando a hombres y mujeres, de Francisco de Goya (1746–1828); Un evangelista, de El Greco (1541–1614); San Lucas pintando a la Virgen, atribuido recientemente a Luca Giordano (1634–1705); Felipe II, de Tiziano Vecellio (1477–1576); Retrato de hombre con pelliza, de Paolo Caliari “Il Veronese” (1528–1588); y San Andrés, patrono de los pescadores, de José de Ribera (1591–1652), entre muchas otras.
 
Promotor, visionario y protector, Castagnino no solo coleccionó con agudeza y compromiso, sino que también abrió caminos para que el arte pudiera crecer en libertad. Se destacó como mecenas, apoyando a artistas como Antonio Berni, Fernando Fader y Julio Vanzo, entre muchos otros.  Su pasión no fue solo personal: fue una apuesta generosa por el futuro cultural de nuestro país.
 
Su legado se volvió inmortal. Hoy, un siglo después, su nombre, sigue vivo en el Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino”, institución que no solo honra su memoria, sino que continúa su misión: acercar el arte a la comunidad, proteger el patrimonio y fomentar la creación.
 
A 100 años de su fallecimiento, rendimos homenaje a quien entendió que coleccionar arte es también cuidar el alma de una sociedad.

 
Gracias, Juan Bautista Castagnino, por soñar un país más sensible, más justo y más bello.